ALGO SOBRE EL MISTERIO DE LAS RUNAS
Escribe Gustavo Fernández
Cuentan las leyendas nórdicas que en el Principio de los Tiempos el dios Thor decidió preservar el conocimiento legado por su padre Odín a los sabios de la naciente Humanidad. Y, para ello, dibujó sobre la corteza del Yggdrasil (el fresno según algunos autores, roble según otros) que comunica el Imperio Celeste, el Wahalla, con la Tierra, veinticuatro –o veinticinco, según la regiòn- símbolos, que pasarían a llamarse Runas.
Eso dice la leyenda. La Historia, siempre más aburrida, relata que hace un poco menos de dos mil años los sajones, los vikingos y otros pueblos del norte de Europa, comenzaron a desarrollar un “alfabeto mágico”, que llamaron “Futhark”. También, según la regiòn, de 24, 25 y hasta 28 “letras”. Pero que en realidad era más que ello. Si bien podía escribirse con las mismas -de hecho, las famosas “Esdras”, mitologías épicas vikingas, fueron originariamente volcadas en cortezas de abedul con escritura rúnica- las Runas fueron (son) mucho más que letras: son símbolos de poder, símbolos mágicos. Comparte en cierto modo la metafísica que un par de milenios antes ya le daban rabinos y cabalistas judíos al alfabeto hebreo, donde también cada letra tiene un significado trascendente (por eso la Cábala –escríbase correctamente Kabballah, significa “Tradición”- consiste en el estudio del “poder” detrás de las letras que conforman los textos sagrados como el Pentateuco (los cinco primeros libros del Antiguo Testamento), la Torah, el Zohar, etc.).
Así, las Runas se emplean aún en la actualidad por los esoteristas de esas Escuelas Herméticas de distintas maneras: se trazan símbolos con ellas en el aire para protecciòn, para propiciar determinados eventos, para atraer o rechazar. E incluso existe una disciplina gimnástica, llamada “Stadhallgadrl”, donde el practicante efectúa movimientos, bastante rígidos, para imitar la forma de ciertas Runas. Sostienen sus defensores que las energías que entran y salen de nosotros (y también, las que quiere evitarse que ingresen en nosotros) lo hacen por ciertos puntos del cuerpo que “resuenan” con ciertas Runas. Entonces, visualizando esos símbolos sobre esos puntos específicos, se favorece o lentifica esos procesos.
Pero si algo ha hecho popular a las Runas en este siglo XXI es por su pretendida capacidad adivinatoria: efectivamente, “tirar las Runas” se ha convertido en una actividad que si bien no compite en popularidad con el tradicional Tarot (es difícil que en el vasto campo de las Mancias algo pueda competir con el Tarot) está ganando territorio a pasos agigantados. Posiblemente cuente su mayor sencillez interpretativa, pero también el hecho que las Runas son a la vez adivinación y soluciòn: es decir, los símbolos no solamente sirven para decir al consultante qué está pasando, sino indicarle qué debe hacer para encontrar el camino que lo saque de problemas. Entonces, a través de los distintos métodos (elecciòn de una sola Runa, Tirada por Casas Astrológicas, Cruz de Runas o el más complejo pero muy interesante sistema de la Tela Rúnica: se arrojan las mismas sobre una tela donde se han dibujado tres círculos. En el anillo conformado entre el exterior y el que le sigue se colocan un número determinado de nudos, de distinta complejidad, hecho con cuerdas delgadas. El círculo interno representa la mente profunda del consultante, el círculo exterior, el Mundo de Afuera. Los nudos, los problemas –que nos generan los demás en tanto están próximos a la periferia; que nos inventamos a nosotros mismos, para el caso de los nudos próximos al centro- y según las Runas caigan cerca de unos u otros “hablan” de cómo manejar situaciones exteriores o conflictos internos) a través de los distintos métodos, decíamos se le brinda a quien consulta una “hoja de ruta” de cómo manejarse en la vida o frente a determinadas personas.
Al significado propio e independiente de cada símbolo se agrega que la totalidad se encuentra agrupada en tres Aetts (“clan”, “tribu” o familia), cada una identificada con una deidad; Freya, diosa de la Fertilidad, habla del Mundo Material. Haegl, dios de las Fuerzas Elementales de la Naturaleza, habla del Entorno en el cual se desenvuelve el consultante. Finalmente, Tyr, dios de la Guerra, habla del Mundo Espiritual, en tanto la lucha por la espiritualidad es, después de todo, la lucha contra los instintos primarios de uno mismo.
Desde mi opinión, la fuerza –y la profunda atracción- que pueden ejercer las Runas tiene consonancia con su naturaleza: nórdica, de tierras heladas donde la supervivencia requiere fuerza, voluntad y coraje. Las Runas nos enseñan que nada suma echarle las culpas a los demás; que triste papel es el del humano que anda por la vida inspirando lástima y rogando ayuda de los otros. Que debemos enfrentar a nuestros demonios interiores y luchar tras la voluntad de tomar el Cielo por asalto, si fuera necesario, como aquellas mujeres guerreras, las Walkyrias, de tantas leyendas ancestrales.
Escribe Gustavo Fernández
Cuentan las leyendas nórdicas que en el Principio de los Tiempos el dios Thor decidió preservar el conocimiento legado por su padre Odín a los sabios de la naciente Humanidad. Y, para ello, dibujó sobre la corteza del Yggdrasil (el fresno según algunos autores, roble según otros) que comunica el Imperio Celeste, el Wahalla, con la Tierra, veinticuatro –o veinticinco, según la regiòn- símbolos, que pasarían a llamarse Runas.
Eso dice la leyenda. La Historia, siempre más aburrida, relata que hace un poco menos de dos mil años los sajones, los vikingos y otros pueblos del norte de Europa, comenzaron a desarrollar un “alfabeto mágico”, que llamaron “Futhark”. También, según la regiòn, de 24, 25 y hasta 28 “letras”. Pero que en realidad era más que ello. Si bien podía escribirse con las mismas -de hecho, las famosas “Esdras”, mitologías épicas vikingas, fueron originariamente volcadas en cortezas de abedul con escritura rúnica- las Runas fueron (son) mucho más que letras: son símbolos de poder, símbolos mágicos. Comparte en cierto modo la metafísica que un par de milenios antes ya le daban rabinos y cabalistas judíos al alfabeto hebreo, donde también cada letra tiene un significado trascendente (por eso la Cábala –escríbase correctamente Kabballah, significa “Tradición”- consiste en el estudio del “poder” detrás de las letras que conforman los textos sagrados como el Pentateuco (los cinco primeros libros del Antiguo Testamento), la Torah, el Zohar, etc.).
Así, las Runas se emplean aún en la actualidad por los esoteristas de esas Escuelas Herméticas de distintas maneras: se trazan símbolos con ellas en el aire para protecciòn, para propiciar determinados eventos, para atraer o rechazar. E incluso existe una disciplina gimnástica, llamada “Stadhallgadrl”, donde el practicante efectúa movimientos, bastante rígidos, para imitar la forma de ciertas Runas. Sostienen sus defensores que las energías que entran y salen de nosotros (y también, las que quiere evitarse que ingresen en nosotros) lo hacen por ciertos puntos del cuerpo que “resuenan” con ciertas Runas. Entonces, visualizando esos símbolos sobre esos puntos específicos, se favorece o lentifica esos procesos.
Pero si algo ha hecho popular a las Runas en este siglo XXI es por su pretendida capacidad adivinatoria: efectivamente, “tirar las Runas” se ha convertido en una actividad que si bien no compite en popularidad con el tradicional Tarot (es difícil que en el vasto campo de las Mancias algo pueda competir con el Tarot) está ganando territorio a pasos agigantados. Posiblemente cuente su mayor sencillez interpretativa, pero también el hecho que las Runas son a la vez adivinación y soluciòn: es decir, los símbolos no solamente sirven para decir al consultante qué está pasando, sino indicarle qué debe hacer para encontrar el camino que lo saque de problemas. Entonces, a través de los distintos métodos (elecciòn de una sola Runa, Tirada por Casas Astrológicas, Cruz de Runas o el más complejo pero muy interesante sistema de la Tela Rúnica: se arrojan las mismas sobre una tela donde se han dibujado tres círculos. En el anillo conformado entre el exterior y el que le sigue se colocan un número determinado de nudos, de distinta complejidad, hecho con cuerdas delgadas. El círculo interno representa la mente profunda del consultante, el círculo exterior, el Mundo de Afuera. Los nudos, los problemas –que nos generan los demás en tanto están próximos a la periferia; que nos inventamos a nosotros mismos, para el caso de los nudos próximos al centro- y según las Runas caigan cerca de unos u otros “hablan” de cómo manejar situaciones exteriores o conflictos internos) a través de los distintos métodos, decíamos se le brinda a quien consulta una “hoja de ruta” de cómo manejarse en la vida o frente a determinadas personas.
Al significado propio e independiente de cada símbolo se agrega que la totalidad se encuentra agrupada en tres Aetts (“clan”, “tribu” o familia), cada una identificada con una deidad; Freya, diosa de la Fertilidad, habla del Mundo Material. Haegl, dios de las Fuerzas Elementales de la Naturaleza, habla del Entorno en el cual se desenvuelve el consultante. Finalmente, Tyr, dios de la Guerra, habla del Mundo Espiritual, en tanto la lucha por la espiritualidad es, después de todo, la lucha contra los instintos primarios de uno mismo.
Desde mi opinión, la fuerza –y la profunda atracción- que pueden ejercer las Runas tiene consonancia con su naturaleza: nórdica, de tierras heladas donde la supervivencia requiere fuerza, voluntad y coraje. Las Runas nos enseñan que nada suma echarle las culpas a los demás; que triste papel es el del humano que anda por la vida inspirando lástima y rogando ayuda de los otros. Que debemos enfrentar a nuestros demonios interiores y luchar tras la voluntad de tomar el Cielo por asalto, si fuera necesario, como aquellas mujeres guerreras, las Walkyrias, de tantas leyendas ancestrales.
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